Por Enrique Manson
Los episodios del 17 de octubre de 1945 han sido relatados una y mil veces por historiadores y protagonistas. Existen, sin embargo, algunos temas más o menos relevantes, que todavía se prestan a debate.
La importancia del suceso. Nada menos que la irrupción de
la clase trabajadora en la condición de protagonista de nuestra
historia, y lo
rico de muchas de las descripciones existentes hace que me limite a tratar de
sintetizar los hechos principales, presentar mis puntos de vista acerca de las
cuestiones en discusión y eche mano, para completar el relato, de algunos de
los más ricos testimonios.
“Yo hice el 17 de Octubre”, afirma con escasa modestia y
dudoso acierto el venerable Cipriano Reyes. ¿Quién lo organizó, en realidad?
“¡Que se yo Nadie...Todos...” fue la respuesta que dio a esa pregunta de Arturo
Jauretche el puntero de Gerli Pedro Arnaldi, cuando el martes le dio la
primicia. “La gente se viene para Buenos Aires”, le contó al líder de FORJA,
que se desayunaba en ese momento, “Todos están con Perón”[1]
“La cosa”, dice Félix Luna, “había empezado bien temprano,
a la hora en que los obreros van llegando a las fábricas con la bronca del
madrugón y el sabor amargo del mate en la boca. Pero esta vez no entrarían. Una
consigna transmitida casi telepáticamente los detenía en los ingresos, los iba
agrupando afuera y los fue sacando hacia las avenidas.”[2]
“En la mañana...vinieron a buscarnos al Sindicato....unos
compañeros de Barracas.
-¿Qué pasa?
-En Avellaneda y Lanús la gente se está viniendo al
centro...No sabemos quién lanzó la consigna, pero toda la gente está marchando
hace algunas horas hacia Buenos Aires.
-Pero la
CGT.. .dio la orden de la huelga general. ¿Qué es esta marcha?
- No sabemos. La cosa viene sola. Algunas fábricas que
estaban trabajando...han parado el trabajo, pero los hombres, en vez de irse a
la casa, enfilan hacia Plaza de Mayo.”[3]
“Había comenzado ya
la histórica jornada del 17 de octubre, con su epopeya popular, sin
parangón en la historia política contemporánea. El día en que el pueblo
irrumpió con toda la carga de viejas injusticias y de justos resentimientos
contra la Argentina
oficial. Una rebelión que pudo ocurrir en cualquier momento, empujando a los
dirigentes desde abajo, porque el peronismo de octubre fue, por sobre todas las
cosas, la realidad que se alzaba
contra las formas racionales que le
habían sido impuestas desde arriba, en la década del 80. Era en suma la faz
escondida de la Argentina :
la parte grande del témpano, inmersa y oculta bajo la línea de flotación...Faz
que los viejos políticos y la intelligentzia
desconocían y ni podían imaginar siquiera.”[4]
“Era muy de mañana...El coronel Perón había sido traído ya
desde Martín García...De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de
multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor
fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y en seguida su letra:
‘Yo te daré / te daré, Patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza
con P / ¡Peroooon!’ Y aquel ‘Perón’ retumbaba como un cañonazo...Me vestí
apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi reconocí y
amé a los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la
alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina ‘invisible’
que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones
de caras concretas y que no bien las conocieron les dieron la espalda.”[5]
La alegría y los cánticos. Esa era la característica
identificatoria de los que desembarcaban en una ciudad que los miraba con temor
y desconfianza. Perón no es un comunista
/ Perón no es un dictador / Perón es hijo del pueblo / y el pueblo está con
Perón.
Perón en libertad. |
Américo Ghioldi, entre la poesía y los análisis
sociológicos, intentaba explicar los hechos, seis días después: “En los bajos y
entresijos de la sociedad hay acumuladas miseria, dolor, ignorancia, indigencia
más mental que física, infelicidad y sufrimiento. Cuando un cataclismo social o
un estímulo de la policía moviliza las fuerzas latentes del resentimiento,
cortan todas las contenciones morales, dan libertad a las potencias
incontroladas, la parte del pueblo que vive ese resentimiento y acaso para su
resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta
a diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes.”[6]
Otra forma de cataclismo fue la que vio Raúl Scalabrini
Ortiz. “Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero
crecía en las densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa
Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y
acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos
de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el
mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de
precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y
el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento
básico de la Nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra
en la conmoción del terremoto...eran los hombres que están solos y esperan, que
iniciaban sus tareas de reivindicación.”[7]
EVITA Y EL
17
A esta altura el
debate sobre la participación de Evita Duarte en la organización de la jornada
de octubre resulta ocioso.
No tiene valor
alguno la leyenda que la pone a la cabeza de los trabadores o la hace circular
por los gremios, lanzando consignas. Evita no tenía en octubre de 1945 ni la
experiencia que ganaría aceleradamente en los años siguientes, ni mucho menos
las relaciones políticas y sindicales indispensables.
Hizo todo lo
posible, es decir lo que ella podía entonces, para lograr la libertad de su
compañero, más allá, sin duda, de toda especulación política. Pero no pudo
entrar al Hospital Militar ni conseguir el abogado que buscaba para gestionar
un habeas corpus y, según parece, fue reconocida por un taxista que la entregó
a los heroicos estudiantes que ocupaban la antigua facultad de Derecho en la Avenida Las Heras.
Estos la golpearon y Evita se refugió aparentemente en la casa de su amiga, la
actriz Pierina Dealessi.
Tuvo que seguir
los acontecimientos por radio y, sólo después de medianoche pudo reunirse con
Perón.
.
A medio día la multitud en la Plaza era de varios miles.
Vernengo Lima estaba preocupado y pretendía que la policía la desalojara, pero
era evidente la actitud complaciente de ésta, que no cumplía las órdenes de
Ramírez. El jefe, ante la indiferencia de los cuadros, terminó por dejar la
renuncia en su despacho y mandarse a mudar. Más tarde Velazco se hizo cargo de
la jefatura.
José María Rosa, que se había acercado, tal vez con más
curiosidad que otra cosa, cuenta que oyó “consignas nacionalistas -nuestras
consignas- que me desconcertaron porque no imaginaba que hubieran llegado hasta
ellos. ‘¡Patria si, colonia no!’...Vi episodios entre dramáticos y risueños.
Frente al edificio donde estaba entonces el Club del Progreso, en Avenida de
Mayo al 600 un señor de edad trajeado a la antigua, de galera, cuello palomita
y chaleco, apoyado en su bastón,...contemplaba el curioso espectáculo. Uno de
los descamisados que marchaba por la vereda, dio un golpe con el pie al bastón
haciendo caer al anciano. Este se levantó, y dio un bastonazo en la cabeza al
insolente, que cayó al suelo...Los manifestantes...corrieron hacia él. El
caballero de la galera y el bastón no escapó...Yo, y supongo que todos, lo
dimos por muerto. Los descamisados llegaron hasta el caído, lo ayudaron a
levantarse: ‘No te hemos dicho que hay que andar con cultura!...¡Discúlpelo,
señor!"
“Comprendí que esa gente de bromas infantiles y procederes
hidalgos,...que atravesaba el Riachuelo a nado, que venía de los más apartados
arrabales para jugarse por un amigo, era mi gente, sentía la vida como yo,
tenía mis valores, no se manejaba por palabras sino por realidades: era el
pueblo, era mi pueblo, el pueblo argentino,...tantas veces mencionado en los
programas de los partidos políticos y en los editoriales de los diarios...No
era una entelequia: era algo real y vivo. Comprendí donde estaba el nacionalismo.
Me vi multiplicado en mil caras, sentí la inmensa alegría de saber que no
estaba sólo, que éramos muchos.”[8]
Sir David Kelly no era un nacionalista argentino en vías de
descubrir al pueblo de carne y hueso cuando recibió el pedido de los gerentes
de los ferrocarriles ingleses de quejarse al gobierno porque los trabajadores
abandonaban sus tareas. “En la tarde de ese día decidí que era necesario ir a la Casa Rosada para decir
que debían asumir la responsabilidad de proteger los ferrocarriles. Debo confesar que me
impulsaba asimismo una enorme curiosidad por saber que estaba pasando. Al
acercarme a la Casa Rosada
había un cordón de policía montada, pero no hacía esfuerzo alguno por impedir
el paso de la gente ni se metía para nada con la multitud. El chofer quería
retroceder y tuve que insistir para que siguiera adelante a muy poca velocidad.
Tal como lo había esperado la multitud nos dio paso, no bien vio la bandera
inglesa, limitándose a gritar en forma amistosa: ‘¡Abajo Braden! ¡Viva Perón!’.
Llegué a la Casa Rosada
y el ministro de Marina (el único que estaba en ese momento) me prometió que
haría todo lo posible en el asunto de los ferrocarriles; pero por el momento ni
el mismo estaba seguro de lo que estaba sucediendo.”[9]
Ni siquiera Perón estaba seguro. Las noticias que le
llegaban al Hospital Militar hablaban de cientos de miles ocupando la Plaza de los grandes
acontecimientos. En la avenida Luis María Campos, frente a las ventanas del
Hospital, otra manifestación de avisados que se habían enterado de la presencia
del coronel demostraba la veracidad
de las noticias. Entre las muchas visitas que recibió en esa larga jornada
estuvo un preocupado, ¿arrepentido?, Avalos. No se conoce el contenido de la
conversación, aunque los que la seguían desde lejos testimonian que el ministro
gesticulaba ampulosamente. Perón no la recordaba, o no quería recordarla,
cuando Félix Luna le preguntó sobre el tema.
“...A Avalos lo vi en la Casa de Gobierno. Al menos no recuerdo haberlo
visto a Avalos en el Hospital Militar. El que vino a verme fue el general
Pistarini, de parte de Farrell. Yo le dije ‘mire, yo hago lo que ustedes
quieran...No soy una manzana de la discordia...Ustedes han hecho un disparate y
ahí tienen las consecuencias...
Entonces me llevaron a la Casa de Gobierno. Cuando llegué allí me encontré
con Farrell, los ministros, los generales, etc. Me dijo Farrell: ‘Bueno, Perón,
¿qué pasa?’ Yo le contesté:
- Mi general, lo que hay que hacer es llamar a elecciones
de una vez. ¿Que están esperando? Convocar a elecciones y que las fuerzas
políticas se lancen a la lucha...
- Eso ya está listo - me contestó - y no va a haber
problemas.
- Bueno, entonces me voy a mi casa...
- ¿No, déjese de joder! -me dijo y me agarró de la mano-
esta gente está exacerbada, nos van a quemar la Casa de Gobierno...Venga, hable.
Entonces fui al balcón y hablé lo que pude improvisar en
aquel momento. Imagínese, ni sabía lo que iba a decir...¡tuve que pedir que
cantaran el Himno para poder armar un poco las ideas! Y así salió aquel
discurso.”[10]
Antes de la llegada de Perón, Avalos había intentado
utilizar a Mercante primero y al director de La Época, después para calmar a la multitud y lograr que la gente
volviera a su casa. Sin intención de hacer caso a Vernengo Lima, que insistía
en la idea de despejar la Plaza
a balazos, hizo llevar a Mercante desde su lugar de detención al balcón de la Casa de Gobierno “donde se
había instalado un micrófono, y (le exigió que) le dijera a la gente que Perón
estaba a salvo. Mercante, sabiendo que otros trabajadores venían camino a la
plaza, adoptó una maniobra dilatoria. Tomó el micrófono y comenzó su discurso
con las palabras ‘El general Avalos’. El juego produjo los resultados
esperados. La multitud lo obligó a callarse y no lo dejó continuar. Mercante se
encogió de hombros y Avalos empezó a hervir.
La farsa continuó cuando Eduardo Colom sorpresivamente
apareció en el balcón. El editor de La Época,
el único periódico que apoyaba a Perón, agitó un ejemplar de la última edición
y pidió permiso para dirigirse a la masa. Mientras Avalos titubeaba, el
temperamental Colom tomó el micrófono. ‘Compatriotas’, comenzó, ‘el general
Avalos me anuncia que el coronel Perón está en libertad.’ ‘No lo creemos’, fue
la respuesta del coro. ‘Yo tampoco’, continuó el periodista, ‘pero voy al
Hospital Militar donde me espera, y dentro de quince minutos lo traeré a este
balcón. En tanto nadie se mueva.’”[11]
Pasadas las once de la noche, Perón apareció, acompañado
por Farrell, en el balcón. “Al ver su inconfundible figura, la imagen que
durante toda la jornada había reclamado la gente, estalló una ovación que duró
un cuarto de hora.”[12]
El presidente pudo decir unas palabras, entre cánticos e
interrupciones de la multitud, que no le mostraba hostilidad gritando “Farrell
y Perón / un sólo corazón.” La plaza entera cantó el Himno Nacional y, por fin,
“Una explosión de multitud saludó su primera palabra:
-¡Trabajadores!
De allí en adelante no fue un discurso sino un diálogo lo
que se oyó. Un diálogo muy diferente al que días atrás había sostenido Vernengo
Lima con el público selecto de Plaza San Martín; aquel había estado enmarcado
por el recelo, la histeria y la intolerancia de un sañudo coro que rechazaba
las palabras del orador. Este diálogo de la Plaza de Mayo era, en cambio, una comunión de
amor y fidelidad consagrada una y cien veces por la multitud.”[13]
“...hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije
que tenía tres honras en mi vida; la de ser soldado, la de ser un patriota, y
la de ser el primer trabajador argentino. Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo
ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello he
renunciado voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado:
llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he
hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con ese nombre al
servicio integral del auténtico pueblo argentino.
Dejo el honroso uniforme que me entregó la patria, para
vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que
elabora el trabajo y la grandeza de la patria. Por eso doy mi abrazo final a
esa institución que es el puntal de la patria: el Ejército. Y doy también el
primer abrazo a esta masa grandiosa, que representa la síntesis de un
sentimiento que había muerto en la República : la verdadera
civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo...
-¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo!
Esto es el pueblo sufriente, que representa el dolor de la
tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria. Es el mismo
pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su
voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no
habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo grandioso en
sentimiento y número.
-¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?
Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores.
Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero
orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo, como el
renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede
hacer grande e inmortal a la patria.
Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que
ese pueblo a quien yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de
traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a
quien lo ayuda.
-¡Nunca! ¡Nunca!
Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple
ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente con mi
corazón, como lo podría hacer con mi madre.
-¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?
Preguntan ustedes donde estuve: estuve realizando un
sacrificio que lo haría mil veces por ustedes. No quiero terminar sin lanzar mi
recuerdo fraternal y cariñoso a nuestros hermanos del interior, que se mueven y
palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la
patria.
Y ahora llega la hora, como siempre, para vuestro
secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro
por ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los
trabajadores sean un poquito más felices.
-¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?
Ante tanta nueva insistencia les pido que no me pregunten
ni me recuerden lo que hoy yo ya he olvidado. Porque los hombres que no son
capaces de olvidar no merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y
yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún
mal recuerdo.
Pido también a todos los trabajadores amigos que reciban
con cariño este inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han
tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso hace poco les dije
que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los
mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja habrá sentido en
estos días.
-¡Un abrazo para la vieja!
Sé que se había anunciado un movimiento obrero; ya ahora,
en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido como un
hermano mayor que retornen tranquilos a su trabajo. Y piensen. Hoy les pido que
retornen tranquilos a sus casas...
-¡Mañana es San Perón!
Y por única vez...ya que nunca lo pude decir como
secretario de Trabajo y Previsión...les pido que realicen mañana el día de
paro...
-¡Mañana es San Perón!
...festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien
y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria.
Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras,
que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros, y,
finalmente recuerden que estoy un poco enfermo de cuidado, y les pido que
recuerden que necesito un descanso que me tomaré en el Chubut. Ahora para
reponer fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar
exhausto si es preciso.
Pido a
todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero
estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza
que he vivido estos días.”[14]
Enrique Manson
[1]Luna, Félix, ob.
cit., pag. 273
[2]Ibidem., pag. 274
[3]Perelman, Angel, Como hicimos el 17 de octubre.
[4]Chávez, Fermín, ob.
cit.
[5]Declaraciones de
Leopoldo Marechal en Andrés, Alfredo, Palabras
con Leopoldo Marechal.
[6]La Vanguardia ,
23/10/45
[7]Scalabrini Ortiz,
Raul, Los ferrocarriles deben ser
argentinos.
[8]Rosa, José María,
ob. cit.
[9]Kelly, David, El poder detrás del trono
[10]Declaraciones de
Juan Domingo Perón a Félix Luna, en El 45,
pag. 342
[11]Page,
Joseph. ob. cit., pag. 158
[12]Luna, Félix, ob.
cit., pag. 292
[13]Ibidem., pag. 293
[14]Chávez, Fermín, ob.
cit.
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