miércoles, 27 de septiembre de 2017

La Secundaria del Futuro y el Futuro de la Secundaria.


Desde la sustitución de la vieja ley 1420 y antes de ella, el sistema educativo ha sido objeto de ensayos y errores de todos los colores y tamaños.  Desde políticas educativas elucubradas detrás de un escritorio por algún iluminado funcionario que nunca vio de cerca una tiza o caminó por el barro para llegar a la escuela, pasando por infinidad de material impreso y audiovisual que se superpone, se contradice, no llega a todas las escuelas o es pedagógicamente obsoleto. Entre tanta improvisación y casi como rehenes de la misma están las comunidades educativas, cada una con sus características particulares.

Claro está que la actual Escuela Secundaria argentina necesita una modificación. Por un lado, es evidente la falta de inversión por parte del Estado en la remodelación, mantenimiento y construcción de edificios y la falta de respuesta a los reclamos de los gremios docentes (reclamos que van más allá del problema salarial). Por otro lado, la necesidad de políticas educativas tendientes a la reforma y mejora de los planes de estudio de los institutos terciarios y profesorados universitarios.  Para quienes transitan y piensan la escuela secundaria todos los días es evidente el abismo que hay entre la formación que reciben los docentes y las necesidades que plantea actualmente una comunidad educativa.

Pensar una escuela nueva desde arriba es cometer nuevamente el error que nos ha depositado en el lugar en el que estamos.  El sistema educativo es víctima de una crisis que lleva décadas instalada pero que de ninguna manera es irreversible.  La escuela está sujeta a decisiones que en la mayoría de los casos han tenido en cuenta una sola variable para resolver los múltiples problemas que en ella conviven. No hay receta mágica ni manual que pueda ser importado y que de rápidamente respuesta acabada a las necesidades de la educación.



Intento hacer el siguiente planteo: la escuela como institución comunitaria está inserta en un barrio de alguna localidad de alguna provincia de nuestro vasto territorio.  Cada uno de esos espacios tiene sus características particulares.  Desde escuelas de frontera, escuelas rurales, escuelas de barrios periféricos, escuelas de ciudad, escuelas de pueblo, etc, etc, etc.  En segundo término, pensemos las características socioeconómicas de las familias que envían a sus hijos a cada una de esas instituciones, es decir, trabajadores y trabajadoras no calificados, calificados, profesionales, trabajadores en relación de dependencia, autónomos, con trabajo registrado o no, changueadores, hombres y mujeres que trabajan en sus hogares y desempleados. Escuelas con la infraestructura necesaria y otras no, directores que pelean y hacen mil trámites para que les coloquen una ventana, escuelas de gestión estatal y escuelas de gestión privada, escuelas laicas y confesionales, escuelas catalogadas como marginales por el lugar en que se emplazan. ¿Quién evalúa y tienen en cuenta esto al momento de tomar decisiones?

Hablemos de la comunidad un poco más.  Estudiantes que son padres y madres, algunos de ellos con sobre edad, muchas escuelas con altos niveles de repitencia y abandono, niños y jóvenes que se encuentran solos dado que los padres deben trabajar desde tempranas horas para sostener los gastos de la familia que cada vez son mayores, en consecuencia pueden acompañar poco y nada a sus hijos en su trayectoria escolar.  En el mismo salón conviven jóvenes integrantes de familias desmembradas, familias ensambladas, familias atravesadas por la violencia, la droga y la marginalidad.  La escuela ha sido y sigue siendo la institución que se ha sostenido cuando todas las demás se derrumbaron y no dieron respuesta a la sociedad.  La escuela fue espacio de aprendizaje y sus docentes cumplieron y cumplen para muchos niños y niñas roles que están ausentes en la familia.  La escuela dio de comer cuando ni los club del trueque daban a vasto. Los docentes conocen las problemáticas de sus estudiantes pues forman parte de la misma comunidad y muchas veces tienen sus mismas necesidades.

La escuela secundaria no necesita otra reforma hecha de cartón pintado.  La escuela, los docentes, los padres, los estudiantes necesitan que por una vez y seriamente les pregunten ¿de qué va la cosa?  La Nueva Secundaria ha de erigirse de abajo hacia arriba, potenciando sus fortalezas y reforzándola a medida que se modifican sus debilidades.  El secreto no está en ningún tratado sobre educación, el secreto está en el aula, en el barrio, en los pibes y sus maestr@s y profesor@s. 

 Con respecto a cómo evaluarla debo decir que la escuela secundaria no puede medirse con ningún tipo de evaluación estandarizada; sus resultados lejos están de ser tan mediocres como se han mostrado.  A diferencia de lo arrojado por PISA y otros operativos implementados, el trabajo en las escuelas demuestra que los estudiantes son capaces de resolver problemáticas muchos más complejas que las que se les presentan en los cuadernillos.  Por otro lado, hay mucho por hacer y mucho abismo por acortar entre las necesidades e intereses de los estudiantes y aquellos que la escuela ofrece actualmente.

Entre otra de las tantas variables a tener en cuenta para la mentada Nueva Secundaria se encuentra la capacitación permanente de los docentes.  Capacitación que es responsabilidad tanto del Estado como del propio docente.  El cambio tecnológico que permite el acceso a todo tipo de información y la consecuente necesidad de formar un ciudadano que pueda ser crítico ante esa aplanadora informativa exige docentes capacitados para tal fin.  Los jóvenes manejan un sin fin de conocimientos que lejos están de agotarse en los que cabían en los viejos manuales o textos escolares.  El profesor debe estar preparado para acompañar al estudiante en  el análisis, la comprensión y el debate de aquello que debe ser aprendido.  Hasta el momento las capacitaciones propuestas por el Estado distan de ser acordes a las necesidades de los alumnos y los docentes.  Muchos docentes deciden capacitarse por cuenta propia, otros se han quedado con los papeles amarillos en los que algunas vez apuntaron una clase.  La sociedad no es la misma, los estudiantes no son los mismos, los docentes no pueden seguir haciendo lo mismo y en esto el Estado debe intervenir.
Finalmente, si bien queda un sin número de variables por plantear y debatir una cosa debemos tener en claro: ningún tipo de política educativa puede responder a los intereses pasajeros del gobierno de turno.  Es tiempo ya que el discurso que se titula “La educación es la base del crecimiento de un país” deje de ser un cliché en boca de los candidatos de los diferentes partidos políticos y se transforme en una política de Estado que se sostenga en el tiempo.  Es momento que los cargos relacionados con la educación no sean cargos políticos ocupados por oportunistas e improvisados. Es tiempo que dejen de poner a los docentes en contra de la sociedad porque ese conflicto les rinde políticamente, es tiempo que se den cuenta que la educación es soberanía y la soberanía (aunque crean lo contrario) no se negocia.


marianotripi@gmail.com

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