Desde la sustitución de la vieja ley 1420 y antes de ella,
el sistema educativo ha sido objeto de ensayos y errores de todos los colores y
tamaños. Desde políticas educativas
elucubradas detrás de un escritorio por algún iluminado funcionario que nunca
vio de cerca una tiza o caminó por el barro para llegar a la escuela, pasando
por infinidad de material impreso y audiovisual que se superpone, se
contradice, no llega a todas las escuelas o es pedagógicamente obsoleto. Entre tanta
improvisación y casi como rehenes de la misma están las comunidades educativas,
cada una con sus características particulares.
Claro está que la actual Escuela Secundaria argentina
necesita una modificación. Por un lado, es evidente la falta de inversión por
parte del Estado en la remodelación, mantenimiento y construcción de edificios
y la falta de respuesta a los reclamos de los gremios docentes (reclamos que
van más allá del problema salarial). Por otro lado, la necesidad de políticas
educativas tendientes a la reforma y mejora de los planes de estudio de los
institutos terciarios y profesorados universitarios. Para quienes transitan y piensan la escuela
secundaria todos los días es evidente el abismo que hay entre la formación que
reciben los docentes y las necesidades que plantea actualmente una comunidad
educativa.
Pensar una escuela nueva desde arriba es cometer nuevamente
el error que nos ha depositado en el lugar en el que estamos. El sistema educativo es víctima de una crisis
que lleva décadas instalada pero que de ninguna manera es irreversible. La escuela está sujeta a decisiones que en la
mayoría de los casos han tenido en cuenta una sola variable para resolver los múltiples
problemas que en ella conviven. No hay receta mágica ni manual que pueda ser
importado y que de rápidamente respuesta acabada a las necesidades de la
educación.
Intento hacer el siguiente planteo: la escuela como
institución comunitaria está inserta en un barrio de alguna localidad de alguna
provincia de nuestro vasto territorio.
Cada uno de esos espacios tiene sus características particulares. Desde escuelas de frontera, escuelas rurales,
escuelas de barrios periféricos, escuelas de ciudad, escuelas de pueblo, etc,
etc, etc. En segundo término, pensemos
las características socioeconómicas de las familias que envían a sus hijos a
cada una de esas instituciones, es decir, trabajadores y trabajadoras no
calificados, calificados, profesionales, trabajadores en relación de
dependencia, autónomos, con trabajo registrado o no, changueadores, hombres y
mujeres que trabajan en sus hogares y desempleados. Escuelas con la infraestructura
necesaria y otras no, directores que pelean y hacen mil trámites para que les
coloquen una ventana, escuelas de gestión estatal y escuelas de gestión
privada, escuelas laicas y confesionales, escuelas catalogadas como marginales
por el lugar en que se emplazan. ¿Quién evalúa y tienen en cuenta esto al
momento de tomar decisiones?
Hablemos de la comunidad un poco más. Estudiantes que son padres y madres, algunos
de ellos con sobre edad, muchas escuelas con altos niveles de repitencia y abandono,
niños y jóvenes que se encuentran solos dado que los padres deben trabajar
desde tempranas horas para sostener los gastos de la familia que cada vez son
mayores, en consecuencia pueden acompañar poco y nada a sus hijos en su
trayectoria escolar. En el mismo salón
conviven jóvenes integrantes de familias desmembradas, familias ensambladas,
familias atravesadas por la violencia, la droga y la marginalidad. La escuela ha sido y sigue siendo la
institución que se ha sostenido cuando todas las demás se derrumbaron y no
dieron respuesta a la sociedad. La escuela
fue espacio de aprendizaje y sus docentes cumplieron y cumplen para muchos
niños y niñas roles que están ausentes en la familia. La escuela dio de comer cuando ni los club
del trueque daban a vasto. Los docentes conocen las problemáticas de sus
estudiantes pues forman parte de la misma comunidad y muchas veces tienen sus
mismas necesidades.
La escuela secundaria no necesita otra reforma hecha de
cartón pintado. La escuela, los
docentes, los padres, los estudiantes necesitan que por una vez y seriamente
les pregunten ¿de qué va la cosa? La Nueva
Secundaria ha de erigirse de abajo hacia arriba, potenciando sus fortalezas y
reforzándola a medida que se modifican sus debilidades. El secreto no está en ningún tratado sobre
educación, el secreto está en el aula, en el barrio, en los pibes y sus
maestr@s y profesor@s.
Con respecto a cómo
evaluarla debo decir que la escuela secundaria no puede medirse con ningún tipo de evaluación estandarizada; sus resultados
lejos están de ser tan mediocres como se han mostrado. A diferencia de lo arrojado por PISA y otros
operativos implementados, el trabajo en las escuelas demuestra que los
estudiantes son capaces de resolver problemáticas muchos más complejas que las
que se les presentan en los cuadernillos.
Por otro lado, hay mucho por hacer y mucho abismo por acortar entre las
necesidades e intereses de los estudiantes y aquellos que la escuela ofrece
actualmente.
Entre otra de las tantas variables a tener en cuenta para la
mentada Nueva Secundaria se encuentra la capacitación permanente de los
docentes. Capacitación que es
responsabilidad tanto del Estado como del propio docente. El cambio tecnológico que permite el acceso a
todo tipo de información y la consecuente necesidad de formar un ciudadano que
pueda ser crítico ante esa aplanadora informativa exige docentes capacitados
para tal fin. Los jóvenes manejan un sin
fin de conocimientos que lejos están de agotarse en los que cabían en los
viejos manuales o textos escolares. El profesor
debe estar preparado para acompañar al estudiante en el análisis, la comprensión y el debate de
aquello que debe ser aprendido. Hasta el
momento las capacitaciones propuestas por el Estado distan de ser acordes a las
necesidades de los alumnos y los docentes.
Muchos docentes deciden capacitarse por cuenta propia, otros se han
quedado con los papeles amarillos en los que algunas vez apuntaron una
clase. La sociedad no es la misma, los
estudiantes no son los mismos, los docentes no pueden seguir haciendo lo mismo
y en esto el Estado debe intervenir.
Finalmente, si bien queda un sin número de variables por
plantear y debatir una cosa debemos tener en claro: ningún tipo de política
educativa puede responder a los intereses pasajeros del gobierno de turno. Es tiempo ya que el discurso que se titula “La
educación es la base del crecimiento de un país” deje de ser un cliché en boca
de los candidatos de los diferentes partidos políticos y se transforme en una
política de Estado que se sostenga en el tiempo. Es momento que los cargos relacionados con la
educación no sean cargos políticos ocupados por oportunistas e improvisados. Es
tiempo que dejen de poner a los docentes en contra de la sociedad porque ese
conflicto les rinde políticamente, es tiempo que se den cuenta que la educación
es soberanía y la soberanía (aunque crean lo contrario) no se negocia.
marianotripi@gmail.com