Las políticas de Estado en
nuestro país han estado sujetas a los vaivenes que impusieron los gobiernos de
turno. La construcción de proyectos
sostenidos en el tiempo, con posibilidad de profundización, evaluación y re
estructuración, es una cuenta pendiente de la ya no tan joven democracia
argentina.
La alternancia en el poder del
justicialismo y el radicalismo, que respetando sus ideologías de origen o
traicionándolas impunemente (ninguno de los dos partidos es ajeno a esta
situación), es el logro más importante de los últimos treinta años. Fue necesaria la insoportable ausencia de
treinta mil compañeros y compañeras para que el poder volviese al pueblo, para
que los hombres y mujeres de este suelo se empoderasen y gritasen su
verdad. Pero esa batalla se gana con
cada nieto recuperado, con el reclamo de memoria, verdad y justicia. No en vano se llenaron las plazas de nuestra
patria repudiando los intentos de golpe de Estado encabezados por los mismos
carapintadas que se proponen ahora como defensores de las instituciones
democráticas de mano de la misma derecha impune que acompañó el proceso
conducido por Martínez de Hoz y Jorge R. Videla.
Los intereses de la remozada
oligarquía portuaria argentina, se mantuvieron agazapados durante los últimos
doce años, luego de las consecuencias del banquete que se dieron desde mediados
de la década del setenta, arrasando con
fábricas, empresas del Estado, librando la economía a los vaivenes del mercado,
condenando al 56 % de los argentinos al desempleo y a otro alto porcentaje al
trabajo en negro y pésimamente remunerado.
El pueblo, luego de un largo letargo entremezclado con algunas costosas
primaveras, hizo tronar el escarmiento.
El 20 de diciembre de 2011 la bestia que todo lo devoraba fue herida. Se
vivieron tiempos de escases, furia y desamparo. El infierno se hacía presente
en cada esquina. Emergieron comedores públicos en villas y barriadas humildes.
Distinto tipo de organizaciones de sobrevivientes surgieron para dar respuesta
a una crisis económica sin precedentes, acompañada por una imposibilidad de
presencia del Estado que había sido fagocitado por años de políticas
conservadoras en el ámbito político y liberales en lo económico.
Ante el fracaso rotundo de las
políticas conservadoras dictadas por los organismos de crédito internacional la
Argentina se encontró en el último de los infiernos. Gobiernos que se sucedían carentes de
legitimidad, oscuros intentos de salidas económicas que fracasaban por viejas y
reprobadas, un pueblo agobiado por la inflación, el desempleo y la falta de
respuesta de los dirigentes políticos.
Solo quedaron en pie aquellos líderes que se legitimaban por su acción
diaria en los barrios, aquellos que daban respuesta inmediata a necesidades
inmediatas.
Bastó solo el 22% de los votos para
que la, aparentemente, última bestia del averno liberal huyese
despavorida. Fueron tiempos de
construir, tiempos de escucha y diálogo.
Fueron tiempos de acción, sin miedo, mirando hacia atrás y teniendo
claro cuál era el futuro. Formar y
conformar un modelo antagónico al que había llevado a la Argentina al cotidiano
cartel rojo del riesgo país fue un desafío que se planteo con más convicciones
que certezas.
Años de crecimiento, creación de
empleo, políticas de inclusión, desarrollo de las economías regionales, record
de presupuesto en educación, desendeudamiento, producción de energía,
recuperación de los activos del Estado, reconocimiento de derechos relegados
por décadas, desarrollo tecnológico sin precedentes, incorporación de valor
agregado a la producción nacional, defensa de la soberanía nacional, políticas
económicas generadoras de consumo interno y producción nacional, paritarias
todos los años, aumento de jubilaciones dos veces por año y la lista podría
seguir convirtiéndose en una enumeración interminable.
Ante la cercanía del balotaje y
la soberana obligación de decidir entre un candidato o el otro se plantea el
interrogante ineludible: ¿La Argentina cambiará de rumbo nuevamente? Lejos
estamos de creer que aquellos que plantean un cambio llegan a proponer una
profundización del modelo despojándolo de todo tipo de error que se haya
cometido. Existen claramente dos
modelos, solo dos. Uno de ellos nos depositó en la peor situación que hemos
tenido que enfrentar y el otro, el Nacional y Popular, nos ha traído hasta
aquí. Es mentira que el cambio que
proponen es el futuro, es sencillamente el mismo y peor pasado.
Finalmente, cabe reflexionar
acerca de esa máxima de la política que afirma que ningún gobierno gobierna
para todos. Cada política está enmarcada en los intereses de un sector. El
sector que quiere convencernos de un cambio, claramente representa los
intereses del histórico sector que ajustó siempre por la variable más
vulnerable, por aquello que consideran un costo más, el pueblo trabajador.
¿Para quienes gobiernan los que quieren gobernar? parece ser la pregunta que
pide a gritos respuestas a días de la segunda vuelta electoral.
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